Pero más que hablar de su poesía y su terredad, dejemos que sean sus poemas los que nos hablen hoy, que de los premios y los libros se ha dicho bastante. Quedemos ahora con su voz:
La poesía cruza sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz.
y despertamos.
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a al deriva
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastras
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
Estar aquí en la tierra: no más lejos,
que un árbol, no más inexplicables,
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o somos, con la sombra,
La memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la levan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar la parte de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar ala hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.
Güigüe 1918
largo valle de cañas frente a un lago,
con campanas cubiertas de siglos y polvos
que repiten de noche los gallos fantasmas.
Estoy a veinte años de mi vida,
no voy a nacer ahora que hay peste en el pueblo,
las carretas se llenan de cuerpos y parten;
son pocas las zanjas abiertas;
las campanas cansadas de doblar
bajan y cavan
Puedo aguardar, voy a nacer muy lejos de este lago,
de sus mismas;
mi padre partirá con los que queden,
lo esperaré más adelante,
Ahora soy esta luz que duerme, que no duerme;
atisbo por el hueco de los muros,
los caballos se atascan por el fango y prosiguen;
miro la tinta que anota los nombres,
La caligrafía salvaje que imita los pastos.
La peste pasará. Los libros e el tiempo amarillo
seguirán tras las hojas de los árboles.
Palpo el temblor de llamas en velas
cuando las procesiones recorren las calles.
no he de nacer aquí,
hay cruces de zábila en las puertas
que no quieren que nazca;
queda mucho dolor en las casas de barro.
Puedo aguardar estoy a veinte años de mi vida,
soy el futuro que duerme, que no duerme;
la peste me privara de voces que son mías,
tendré que reinventar, cada ademán cada palabra.
Ahora soy esta luz al fondo de sus ojos;
ya naceré después, llevo escrita mi fecha;
estoy aquí con ellos hasta que se despidan;
sin que puedan mirarme me detengo:
quiero cerrarles suavemente los párpados.
Fin sin fin
La que se irá al final será la vida,
la misma vida que ha llevado nuestros pasos
sin tregua a la velocidad de su deseo.
Se llevará también todas sus horas
y los relojes que sonaban y el sonido
y lo que en ellos siempre estuvo oculto
sin ser tiempo ni trastiempo...
Cuando haya de partir –se irá la vida,
ella y su música veloz entre mis venas
que me recorre con remotos cánticos,
ella y su melodiosa geometría
que inventa el ajedrez de estas palabras.
De todo cuanto miro en este instante
será la vida la que parta para siempre o para nunca,
es decir, la que parta sin partir, la que se quede
y con ella mi cuerpo noche y día,
siguiéndolas en sus luces y sus sombras...
Si, tal vez nadie se aleje de este mundo,
aunque se extinga cada quien en su momento.
-Nos iremos sin irnos,
ninguno va a quedarse ni va a irse,
tal como siempre hemos vivido
a orillas de este sueño indescifrable,
donde uno está y no está y nadie sabe nada.
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