jueves, 27 de diciembre de 2007

MAR ABSOLUTO. CECÍLIA MEIRELES (Traducción de José Carlos De Nóbrega)


MAR ABSOLUTO

Fue desde siempre el mar.
Y multitudes del pasado me empujaban
como el barco olvidado.


Ahora recuerdo que hablaban
de la revuelta de los vientos,
de linos, de cuerdas, de hierros,
de sirenas dadas a la costa.


Y el rostro de mis abuelos estaba caído
por los mares de Oriente, con sus corales y perlas,
y por los mares del Norte, duros de hielo.
Entonces, es conmigo que hablan,
Soy yo que debo ir.
Porque no hay más nadie,
no, no habrá más nadie,
Tan decidido a amar y a obedecer a sus muertos.

Y tengo que buscar a mis remotos tíos ahogados.
Tengo que llevarles redes de rezos,
campos convertidos en velas,
barcas sobrenaturales
con peces mensajeros
y santos naúticos.

Y quedo tonta,
despierta de repente en las playas tumultuosas.

Y me apresan, y no me dejan siquiera mirar la rosa de los vientos.
“¡Para adelante! ¡Por el inmenso mar!
¡Liberando el cuerpo de la lección de la arena!
¡Al mar! - ¡Disciplina humana para la empresa de la vida!”

Mi sangre se entiende con esas voces poderosas.
La solidez de la tierra, monótona,
nos parece flaca ilusión.
Queremos la gran ilusión del mar,
multiplicada en sus mallas de peligro.
Queremos su solidez robusta,
una solidez para todos los lados,
una ausencia humana que se opone al mezquino bullir del mundo,
y hace el tiempo enterizo, libre de las luchas de cada día.

El aliento heroico del mar tiene su polo secreto,
que los hombres sienten, seducidos y medrosos.

El mar es sólo el mar, desprovisto de apegos,
matándose y recuperándose,
corriendo como un toro azul por su propia sombra,
y arremetiendo con bravura contra nadie,
y siendo después la pura sombra de sí mismo,
por sí mismo vencido. Es su gran ejercicio.

No necesita del destino fijo de la tierra,
él que, al mismo tiempo,
es el bailarín y su danza.

Tiene un reino de metamorfosis, para la experiencia:
su cuerpo es su propio juego,
y su eternidad lúdica
no apenas gratuita: mas perfecta.

Baraja sus altos contrastes:
caballo épico, anémona suave,
se entrega todo, desprecia todo,
sustenta en su prodigioso ritmo
jardines, estrellas, colas, antenas, ojos,
mas es deshojado, ciego, desnudo, dueño apenas de sí,
de su contundente grandeza despojada.

No se olvida que es agua, al desdoblar sus visiones:
agua de todas las posibilidades,
mas sin ninguna franqueza.

Y así como agua me habla.
Me arroja caracoles, como remembranza de su voz,
y estrellas erizadas como convite a mi destino.
No me llama para que siga encima de él,
ni por dentro de sí:
mas para que me convierta en él mismo. Es su máximo don.

No me quiere arrastrar como mis tíos otrora,
ni lentamente conducida,
como mis abuelos, de serenos ojos certeros.

Me acepta apenas convertida en su naturaleza:
plástica, fluida, disponible,
igual a él, en constante soliloquio,
sin exigencias de principio y fin,
desprendida de tierra y cielo.

Y yo, que viera cautelosa,
por buscar gente en el pasado,
sospecho que me engañé,
que hay otras órdenes, que no fueran bien oídas;
que otra boca hablaba: no solamente la de antiguos muertos,
y el mar a que me mandan no es apenas este mar.

No es apenas este mar que retumba en mis vitrales,
mas otro, que se parece a él
como se parecen los bultos de los sueños dormidos.
Y entre agua y estrella estudio la soledad.
Y recuerdo mi herencia de cuerdas y áncoras,
y encuentro todo sobrehumano.
Y este mar visible levanta para mí
una cara espantosa.

Y se retrae, al decirme lo que preciso.
Y es luego una pequeña concha hirviente,
mancha líquida e inestable,
célula azul sumiéndose
en el reino de otro mar:
¡ah! Del Mar Absoluto.

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