lunes, 15 de septiembre de 2008

Un cuento de Victorino


EL NENE

Víctor, a quien cariñosamente apodaban el Nene, era un buen bochador. Con una cerveza en la izquierda y una bola en la mano derecha, rozándola suavemente, maquinalmente, contra su pantalón, como si la acariciara o se acariciara, meditaba profundamente y presentía, sonriente, el sonido seco de un boche clavado; cuando repentinamente se detuvo, como si recordara que tenía algo que hacer.
Eso fue precisamente lo que dijo. Recordó que tenía que hablar con su esposa y le vieron salir, luego de vaciar el contenido de la botella, sin apuro, sin aparentar alguna emoción, ya fuera de alegría, de rabia o de tristeza. Y quienes le vieron entrar al bloque de apartamentos y subir las escaleras se refirieron a su andar en los mismos términos.
De qué hablaron, no se supo. No se escuchaba nada, a diferencia de otras ocasiones, cuando los gritos y las amenazas eran tales que se hacía necesario subirle el volumen al televisor para saber qué respondía, en la pregunta por cincuenta millones, el segundo participante de la noche, a quien ya no le quedaban más comodines.
El silencio de aquella noche de domingo (silencio había pues no había nadie escuchando Bonchona, no era miércoles y no transmitían Quién quiere ser millonario) fue violentamente interrumpido por una ventana que se rompía y un objeto grande y pesado que cayó o rebotó sobre algún vehículo estacionado, activando la alarma de éste y de todos los que quedaban cerca.
No era un objeto cualquiera. Era Lucía, la esposa del Nene; era Lucía a quien su esposo había arrojado desde el tercer piso, aprovechando la diferencia de más de cincuenta kilos de peso entre ambos. Pero la suerte quiso que la mujer, luego de atravesar la ventana, no cayera directamente al piso, sino que rebotara sobre el techo de un Ford Sierra. El techo cedió, amortiguando la caída, y la mujer, aunque golpeada y sangrante, seguía viva y consciente.
El primer movimiento de los curiosos fue acercarse a ver y luego tratar de ayudar; pero la furia del Nene se había desatado y comenzó a arrojar todo lo que podía, impidiendo, por un lado, que se acercaran las personas, y por el otro, tratando de terminar lo que en un primer momento no había conseguido. Éste al parecer era su principal objetivo, porque mientras arrojaba las cosas (desde el televisor hasta unos bloques que se habían comprado para una remodelación en el pequeño apartamento) gritaba:
- Maldita, te quería matar y estás viva.
Algunos vecinos estaban armados, y comenzaron a disparar. Pero tanto ellos como el Nene mostraron una puntería infame. Cuando arrojó el teléfono sin conseguir, por enésima vez, dar en el blanco, el Nene tuvo una idea que le pareció brillante. Maniobrando con dificultad en el alféizar de la ventana su redonda figura, el Nene trató de apuntar bien y se lanzó al vacío, buscando dar con su humanidad sobre el cuerpo de su esposa, que no había conseguido moverse del lugar donde cayó.
Ni en sus peores días jugando bolas el Nene había fallado tantas veces, incluyendo la última. Pues cayó a un lado del cuerpo de su esposa sin rozarla apenas. Y no tenía ya chance para intentar un segundo boche.

Rafael Victorino Muñoz (Valencia, 1972) Escritor

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